¿Qué esperas para juzgarte digno
de grandes empresas y para tener la postura de no herir la recta razón? ¿Acaso
no conoces ya los preceptos que debías aceptar y que has aceptado? ¿Por qué,
entonces, vas demorando siempre el instante de corregirte, como si esperaras la
llegada de un maestro que nunca llega? Piensa que ya no eres un niño, sino un
hombre. Si te olvidas, si te distraes, si amontonas una resolución sobre otra,
si pospones el día en que te ocupes de ti, pronto llegarás a una edad en que, a
pesar tuyo, no habrás progresado nada. Asi perseverarás en tu ignorancia toda
la vida, incluso después de muerto. ¡Ánimo, pues! Comienza a juzgarte desde
este día digno de vivir como un hombre; pero como un hombre que ya ha hecho
algunos adelantos en el terreno de la sabiduría y, que desde este instante,
todo lo que te parezca verdaderamente hermoso y bueno sea para ti como ley
inviolable. Y si algo ingrato o agradable, vergonzoso o glorioso se te ofrece,
recuerda que existe el combate abierto, que los juegos olímpicos te llaman y
que no es momento de retroceder. Y no olvides que de un solo instante, de un
solo acto de valentía o cobardía depende tu triunfo o tu derrota.
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