junio 29, 2014

Fantasmas en casa

“Nosotros en cambio, luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros. Su realidad es de un orden sutil y atroz, porque es una realidad fantasmagórica. Son intocables e invencibles, ya que no están fuera de nosotros, sino en nosotros mismos. En la lucha que sostiene contra ellos nuestra voluntad de ser, cuentan con un aliado secreto y poderoso: nuestro miedo a ser.”

– Octavio Paz
 
Parece la mañana de un domingo cualquiera. La gente despierta de un profundo sueño y comienza sus actividades cotidianas. Las señoras toman las bolsas del mandado y se dirigen al centro del pueblo para comprar lo necesario para el almuerzo, mientras los comerciantes ya han armado las estructuras de sus negocios para recibir a la clientela. 

A simple vista todo luce normal, sin embargo; el ambiente poco a poco empieza a moldearse debido al fenómeno que se avecina. 

En unas horas, el país entero se paralizará y no es por una manifestación, tampoco se debe a un desastre natural o a una jornada electoral para elegir presidente u otro cargo de elección popular; se debe a otra circunstancia. Quisieras fingir que no sabes, pero resulta imposible hacerlo, porque lo llevas impregnado a ti, y aunque lograses ignorar lo que sucede alrededor, enseguida te darías cuenta que esa mañana no es una mañana típica o común en el lugar donde habitas, pues la gente, desde los más jóvenes hasta las personas adultas portan un atuendo diferente; una vestimenta que al igual que en tiempos antiguos, estableciese el punto medio entre aztecas y conquistadores. 

De repente te ves inmerso dentro de una plática dominical ya sea con tu vecino que ha salido a barrer su espacio dentro de la calle en la que cohabitan, ya sea con tus amigos que anoche se fueron de fiesta y ahora degustan unas ricas carnitas acompañadas de una cerveza o un picoso consomé con el fin de engañar y adormecer a la cruda mientras inicia la otra fiesta, ya sea con tus familiares que quisieran ocultar el nerviosísimo y la ansiedad que provoca el mundillo futbolero en el que te encuentras. 

Es domingo, hay fútbol y juega tu selección. La multitud y su clamor son las señales que advierten la cercanía de un evento que atrae a ricos y pobres, a conocedores y a indoctos del deporte, a hombres y mujeres, a niños y niñas. Después de almorzar y rellenar un poco el vacío que han provocado los nervios en ti, enciendes el televisor y reunido con tu familia das inicio a un ritual que llega cada cuatro años y que despierta enormes sensaciones en tu persona y más aún en tu alrededor. Haces algunos comentarios previos al encuentro, revisas la formación de ambos equipos y tal como si fueras Herrera o Van Gaal, te atreves a formular tu propia alineación, la que crees que ayudaría a ganar a tu equipo; sin embargo terminas aceptando el once inicial y te dispones al momento que se viene.

No hay plazo que no se cumpla. El momento ha llegado y no puedes hacer más que disfrutarlo. 

Te pones de nuevo la casaca de entrenador y pegas incontables gritos, como si el jugador que lleva la pelota pudiese oírte a miles de kilómetros de distancia. Regañas, gritas, aplaudes, apruebas o repruebas las jugadas, te hablas de tú con los jugadores, criticas el actuar del colegiado, le chiflas, te levantas ante una jugada que promete, pero gesticulas que no haya terminado como deseabas, ríes del nerviosísimo, se siente la tensión pero terminas por liberarla con un tremendo suspirar; vuelves a tomar aire y continuas con el ritual futbolero. 

En un lapso de tiempo que parece durar un segundo, te das cuenta que la cosa funciona y que si continuas tu equipo puede dar más, reflexionas y adviertes en ti que ya no eres una persona más dentro del aparato social, sino que ahora has tomado un papel importante dentro del guión, que sin importar si te tachan de loco o de raro, tú debes continuar con ese actuar, pues tu equipo necesita de ti, requiere de tu aliento y de tu grito.

Llega el silbatazo que indica el medio tiempo. Exhalas y tomas aire. Charlas sobre la primera mitad del encuentro, platicas con las personas que se encuentran junto a ti y analizas las posibles soluciones y estrategias que tu equipo debe adoptar para cuando dé inicio el segundo tiempo. 

Termina el tiempo de descanso y al igual que los jugadores, regresas a tu posición para continuar alentando a tu patriecita querida. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, un jugador con la vestimenta azteca se cuela entre uno, luego entre dos y al final entre tres holandeses que intentan derribarlo a toda costa y de pronto... como si se hubiese detenido el tiempo, como si ese moderno gladiador fuera el único ser capaz de moverse mientras tú y el resto del planeta fueran paralizados ante tal momento, termina proyectando un trallazo imparable que el cancerbero naranja intenta detener y no lo consigue; se reinicia la imagen y te encuentras gritando de euforia, de emoción, de felicidad y no es un sentimiento en vano, pues selección está haciendo algo histórico, está venciendo a una superpotencia del fútbol, está exprimiendo el jugo de naranja que durante años nos han vendido a un precio muy caro…tu selección, tus jugadores, tu país, tu gente y tú están ganando. 

Se sentía un ambiente que por primera vez en casi tres décadas no se lograba conseguir, por primera vez en su historia y en la de muchos más la cosa pintaba para dejar huella y poder celebrar un clamoroso triunfo, seguido de un desbordante frenesí que conduciría a una locura colectiva capaz de provocar en nuestro ser un crecimiento tal que pudiéramos decir: “pónganos a cualquiera, que también lo superaremos”

Sin embargo, en medio de toda esa alegría, de esa suntuosidad, de ese júbilo, comenzaron a surgir sombras tanto en la afición como en los jugadores; extrañas apariciones que murmuran y que ríen a diestra nuestra, que se aferran a uno mismo y que nos impiden avanzar. 

Los científicos dicen que el origen del ego (eso que llamamos "yo") es la historia que hemos creado inconscientemente para justificar nuestro modo de ser, y por ello estamos tan apegados a lo que llamamos nuestro pasado. Tan cierto como dice Octavio Paz en su obra “Laberinto de la Soledad”, el ser humano (y más en especifico, el mexicano) tiende a almacenar dentro de sí a fantasmas, los cuales son vestigios de realidades pasadas y que a pesar de ser espantosas en la mayoría de los casos, amamos secretamente nuestro pasado y somos muy reacios a dejarlo atrás, ya que es lo que sostiene nuestro ego. Es decir, estamos atados a un pasado que, la mayoría de las veces, es sólo una invención para justificar nuestro temor al cambio.

Nuestros fantasmas de este domingo nos tomaron por sorpresa. Irrumpieron en nuestros corazones cuando “creíamos” haber conseguido todo. Quizá el error más marcado del mexicano dentro de un deporte como es el fútbol tiene que ver con el exceso de confianza, con la soberbia y con la desatención y la falta de conservación de ese ímpetu que nos anima a lograr lo inalcanzable. 

Esos fantasmas tomaron el cuerpo de nuestros jugadores y quizá de nuestra afición entera. A falta de unos minutos para acceder a la siguiente fase, las malas decisiones y la inseguridad debido quizá a una incredulidad ante el buen fútbol desplegado, terminaron por sucumbir nuestros sueños, nuestras pasiones y dieron paso a que dos monstruos neerlandeses dieran a la historia un giro de 360 grados y pusieran todo en nuestra contra en un lapso de tan sólo seis minutos. 
 
Seis minutos bastaron para doblegar a un México incapaz de detener las embestidas del rival, a un México falto de contundencia en el segundo tiempo, carente de seguridad y engrandecido tras una anotación temprana. Al final, cuando nos sentíamos en las nubes, por medio de un cañonazo de Sneijder y un penal propiciado por la desconcentración de la saga tricolor causaron que el sueño mundialista y el quinto partido fueran eso…un sueño y no una realidad. 

¿Qué nos pasó? ¿Por qué sucedió tal cosa? Esas y otras más serán las dudas inexorables que tendremos que cargar durante un buen rato y por qué no, durante varios años. 

Los demonios de nuestro pasado terminaron por hundirnos una vez más. Y es que, son estos momentos en los que finalmente debemos encaramos con nuestro pasado real para descubrir elementos sorprendentes que nos ayuden a eliminar ese temor de seguir; puesto que de lo contrario y tal como nos pasó hoy…nosotros no fuimos la víctima sino el verdugo.

Debemos eliminarnlos de tajo, porque ellos mismos han sido durante años y décadas los factores que han decidido y que han condicionado nuestro presente y nuestra forma de pensar, de ser y de actuar. Retomando lo que decía el Nobel de nuestro país “– porque todo lo que es el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a esto: el mexicano no quiere o no se atreve…a ser él mismo –“. 

Es un complejo de circunstancias que han hecho que nuestra memoria ordinaria no nos proporcione una información realista de lo que es nuestra vida; la persistencia de ciertas actitudes como las hoy reflejadas en el terreno de juego y que también abarcan otros aspectos y ámbitos de nuestras vidas, han terminado por conducirnos a un sufrimiento en carne viva de lo que es nuestro presente, escondiendo nuestra verdadera naturaleza y fundiéndonos en una materia y una historia típica que nos amarra a un pasado tal, que en la mayoría de los casos, tiende a ser una ficción propia que hemos inventado para justificar nuestro temor al cambio o bien nuestra falta de iniciativa para provocarlo. 

Esa es la historia que desafortunadamente nos hemos construido. Todo es cuestión de tiempo y más que eso, de lograr un cambio en el pensamiento y en el actuar…pues sólo eso impedirá que nosotros seamos el problema de nosotros mismos, que terminemos con la imagen de verdugos de nuestro destino y consigamos el papel protagónico que nos demanda nuestra patria. 
 

Ya es de tarde, el cielo no ha dudado en descargar la lluvia sobre la ciudad. Pareciese como si la tierra, nuestra tierra; hubiera sentido el golpe anímico de la derrota. Miras al cielo, a la derecha  y a la izquierda, tratando de encontrar una respuesta que te ayude a comprender lo que acaba de suceder, pero inútilmente lo logras.  
 
Nuestro viaje termina acá. No sabemos cuándo ni cómo volveremos, tampoco sabemos si estaremos presentes o no para el siguiente torneo; pero lo que si queda claro es que volvemos con una mínima esperanza, una pequeña flama que nos ordena y nos impulsa a trabajar en equipo y con disciplina, que nos tiene que enseñar a manejar y controlar las emociones y la confianza, a sentirnos seguros y a no entregarnos a nuestro pasado…sino que por el contrario, vivir nuestro presente sin dejar de tener miras y objetivos bien puestos a lograr nuestro futuro. Eso es lo que nos queda por hacer. No hay más. Digerir la derrota y seguir adelante, porque el mexicano también se distingue por eso y por mucho más.

Y para terminar, reitero las palabras de Paz: “– la historia podrá esclarecer el origen de muchos de nuestros fantasmas, pero no los disipará. Sólo nosotros podemos enfrentarnos a ellos…nosotros somos los únicos que podemos contestar las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser –.” 
 
 


 

junio 11, 2014

Como México...no hay dos



“Los países ricos tienen pocas […fiestas…]: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al week end y al cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.” 

La imagen mental que autores como Octavio Paz pinta en su grandísima obra “El Laberinto de la soledad” nos refiere que nuestra especie, el mexicano y su forma de ser lo lleva a explotar en múltiples formas ante un evento directa o indirectamente relativo a él. Las constantes convulsiones que la sociedad y la situación actual le producen, han amoldado su modus vivendi, tanto que le han llevado a adoptar simbolismos para contrarrestar los momentos más amargos de su desarrollo político, cultural, social, económico y hasta sentimental.

La vida y sus complicaciones, han llevado al mexicano a buscar deleites y placeres ante los cuales no puede obtener fácilmente y que a veces la sociedad se los niega. En absoluto, uno de ellos consiste en el simple hecho de mirar un encuentro de fútbol ya sea en televisión o asistiendo al estadio para aquellos que tengan la posibilidad de hacerlo.

Por tanto, el mexicano es ajeno al juego sociopolítico que se lleva a cabo en su entorno, sin embargo aprecia como ningún otro los hechos vigentes, lo que al final le permitirá vaciar los problemas y los obstáculos que la vida le presenta y darse el exquisito lujo de hacerle frente a ello, con el sólo hecho de gritar y desbordar su alegría, su enojo, su frustración…cuando su equipo marca un gol en la portería ajena; sin importar si es campeón o no, el mexicano aspira a crear una fiesta en la que puedan asistir tanto él mismo como anfitrión y el resto de las células sociales con las que respira.

Y en ese tenor de ideas, al mexicano poco le importa si hay o no privatización de su petróleo, o si la educación tendrá alguna mejora, o si la guerra contra el narcotráfico está funcionando o al contrario sigue devastando su país. Lo que enardece al mexicano es ver anotar un gol de su equipo, de su selección, lo que le llena de orgullo es poder ir a otro país y sin importar la diferencia numérica gritarle ¡Puuutoooooooo!, y otras consignas al rival odiado. Porque el fútbol con todos sus actores, tiene ese efecto en nosotros, haciendo que olvidemos todos los problemas que confluyen en nuestro vivir, el fútbol nos hace no pensar durante un lapso de noventa minutos, produciendo la sensación y otorgándonos la oportunidad de aceptar la vida con las cosas que traiga consigo.

Queda claro que como México y como mexicanos no habremos dos. ¿Qué pasa con lo demás? Eso ya no me corresponde a mí, eso es tarea de cada protagonista o cada historiador, cada uno de ellos condimentará a gusto las opiniones aquí vertidas.

Pan y circo, el perfecto distractor. Todo depende de la perspectiva con qué se miré. Claro que necesitamos despertar de nuestro letargo social, pero no culpemos a un deporte como lo es el fútbol que a pesar de darnos más derrotas que victorias, también nos ha proporcionado ese deleite y esa valía, esa audacia y ese gusto con la cual desemboca nuestra pasión y nos hace imitar aunque sea por unos instantes a los jugadores, ya sea de nuestra patriecita o de la ajena, porque al final del día, quien gane o quien pierda, lo habrá hecho tras jugar verdadero fútbol.
 
Y tomando de nuevo las palabras del gran premio Nobel de Literatura, la fiesta que el mexicano crea, la edifica no para divertirse, pues su deseo es sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica…y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. El mexicano festeja por todo, incluso hasta por un Mundial que no tenga su sede en nuestro territorio, pero que sin embargo su brillo lo alcanza, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin esos festejos…simplemente…estallaríamos.