junio 11, 2014

Como México...no hay dos



“Los países ricos tienen pocas […fiestas…]: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al week end y al cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.” 

La imagen mental que autores como Octavio Paz pinta en su grandísima obra “El Laberinto de la soledad” nos refiere que nuestra especie, el mexicano y su forma de ser lo lleva a explotar en múltiples formas ante un evento directa o indirectamente relativo a él. Las constantes convulsiones que la sociedad y la situación actual le producen, han amoldado su modus vivendi, tanto que le han llevado a adoptar simbolismos para contrarrestar los momentos más amargos de su desarrollo político, cultural, social, económico y hasta sentimental.

La vida y sus complicaciones, han llevado al mexicano a buscar deleites y placeres ante los cuales no puede obtener fácilmente y que a veces la sociedad se los niega. En absoluto, uno de ellos consiste en el simple hecho de mirar un encuentro de fútbol ya sea en televisión o asistiendo al estadio para aquellos que tengan la posibilidad de hacerlo.

Por tanto, el mexicano es ajeno al juego sociopolítico que se lleva a cabo en su entorno, sin embargo aprecia como ningún otro los hechos vigentes, lo que al final le permitirá vaciar los problemas y los obstáculos que la vida le presenta y darse el exquisito lujo de hacerle frente a ello, con el sólo hecho de gritar y desbordar su alegría, su enojo, su frustración…cuando su equipo marca un gol en la portería ajena; sin importar si es campeón o no, el mexicano aspira a crear una fiesta en la que puedan asistir tanto él mismo como anfitrión y el resto de las células sociales con las que respira.

Y en ese tenor de ideas, al mexicano poco le importa si hay o no privatización de su petróleo, o si la educación tendrá alguna mejora, o si la guerra contra el narcotráfico está funcionando o al contrario sigue devastando su país. Lo que enardece al mexicano es ver anotar un gol de su equipo, de su selección, lo que le llena de orgullo es poder ir a otro país y sin importar la diferencia numérica gritarle ¡Puuutoooooooo!, y otras consignas al rival odiado. Porque el fútbol con todos sus actores, tiene ese efecto en nosotros, haciendo que olvidemos todos los problemas que confluyen en nuestro vivir, el fútbol nos hace no pensar durante un lapso de noventa minutos, produciendo la sensación y otorgándonos la oportunidad de aceptar la vida con las cosas que traiga consigo.

Queda claro que como México y como mexicanos no habremos dos. ¿Qué pasa con lo demás? Eso ya no me corresponde a mí, eso es tarea de cada protagonista o cada historiador, cada uno de ellos condimentará a gusto las opiniones aquí vertidas.

Pan y circo, el perfecto distractor. Todo depende de la perspectiva con qué se miré. Claro que necesitamos despertar de nuestro letargo social, pero no culpemos a un deporte como lo es el fútbol que a pesar de darnos más derrotas que victorias, también nos ha proporcionado ese deleite y esa valía, esa audacia y ese gusto con la cual desemboca nuestra pasión y nos hace imitar aunque sea por unos instantes a los jugadores, ya sea de nuestra patriecita o de la ajena, porque al final del día, quien gane o quien pierda, lo habrá hecho tras jugar verdadero fútbol.
 
Y tomando de nuevo las palabras del gran premio Nobel de Literatura, la fiesta que el mexicano crea, la edifica no para divertirse, pues su deseo es sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica…y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. El mexicano festeja por todo, incluso hasta por un Mundial que no tenga su sede en nuestro territorio, pero que sin embargo su brillo lo alcanza, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin esos festejos…simplemente…estallaríamos. 




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