2007. El Comité Ejecutivo de la Federación
Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) designó a Brasil, como sede para
albergar el Mundial de fútbol de 2014. Tras haberse retirado Colombia del
concurso, se había quedado como único aspirante, por lo que la decisión fue
tomada enseguida y en consecuencia el país sudamericano tendría el honor y
privilegio de organizar la que sería su segunda cita mundialista.
Oportunidad única para vengar y enterrar
de una vez por todas a los demonios de 1950, donde la verdeamarela perdió la
final ante Uruguay, dando origen así al legendario “Maracanazo”.
Su designación se realizó en presencia del
mandatario Luiz Inacio Lula da Silva, que junto a una importante delegación en
la que se incluía a Orlando Silva, ministro del Deporte y a Ricardo Texeira,
presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, así como al seleccionador
carioca Dunga y al mítico jugador Romario, quienes fueron artífices para
conseguir el “sí” por parte del máximo órgano del fútbol mundial.
Sin embargo, alguien faltaba dentro de esa
representación, alguien que podría ser la bendición del triunfo o bien, la
maldición del fracaso.
1,281 goles marcados en 1,363 partidos, récord mundial de todos los
tiempos; la “Perla negra”, el regateador incansable, el pasador genial, el
goleador increíble, el hombre que hizo soñar a muchos y que lo seguirá haciendo
durante generaciones… Edson Arantes Do Nascimento, mejor conocido como “Pelé”
es un nombre que resuena siempre, en todos los rincones y en el mundo donde la
pelotita tiene que entrar por debajo de los tres palos.
"Podía disparar con la
izquierda, con la derecha, y tenía tal visión de juego que en cuanto se hacía
con el balón ya sabía lo que iba a hacer con él. Era extraordinario"; comenta Paolo
Amaral, director técnico de Brasil en la Copa Mundial de la FIFA 1958.
Con todo lo anterior, “el
Dios del fútbol” no estaba dentro de la encomienda para obtener la Sede del
evento más grande del balompié mundial.
Han pasado siete años. La
fría reflexión se abre paso al acontecimiento deportivo, pues un grupo se opone
a la realización de este evento, y es que el país está sumido en una profunda
crisis social que ha llevado a cientos de miles de trabajadores brasileños a
convocar manifestaciones, paros, protestas y huelgas que han tenido que ser
sofocadas por agentes de la policía, usando como medios de dispersión gases
lacrimógenos y balas de goma; protagonizando escenas que han dado la vuelta al
mundo y que han dejado gravemente dañada la imagen del país organizador.
No obstante, también una
ola de emociones incita a una importante aglomeración de países, deportistas y
directivos, de periodistas y de aficionados, de conocedores del fútbol e
incluso de los que no tienen el gusto por el mismo, para así dar comienzo a la
fiesta que se aproxima.
Es jueves 12 de junio del
año 2014, las miradas se han volcado sobre América del Sur para ser testigos
del evento que podría marcar el rumbo de unos pocos y el desatino de muchos
otros.
La verdeamarela se presenta
como el candidato ideal para obtener su sexto título dentro del certamen
mundialista. Otras selecciones como España (la actual campeona), Alemania,
Holanda, Francia, Uruguay y Argentina también se logran colar dentro de los
pronósticos para suponer quién levantaría el preciado trofeo.
El pueblo brasileño fantasea
una sola cosa: ganar el Mundial de fútbol; su mundial, con el único objetivo de
consumar la victoria y lograr así arrancar de su memoria el trágico escenario
de aquel 1950 donde Uruguay le arrebató el triunfo en su país, en su casa y en
su estadio; sería la perfecta reivindicación.
Sin embargo, tras su
anhelado comienzo; los brasileños a pesar de haber conseguido su pase a los
octavos de final, resultado derivado de dos victorias y un empate en su
respectivo grupo, parecen estar sedados por el hambre y la sed que la gloria
proporcionan, pues no advierten la tormenta que se avecina sobre ellos.
Chile y más adelante
Colombia, fueron los responsables de anestesiar a los jugadores del conjunto amarillo,
que a duras penas consiguieron el boleto a semifinal, pero que los dejó
diezmados al ser suspendido el capitán Thiago Silva debido a una acumulación de
tarjetas y tras lesionarse su gran figura Neymar, quién hasta ahora los había
conducido por la senda de la victoria.
Desesperados, ansiosos,
vehementes; sin reconocer los errores y defectos que su selección había estado
mostrando desde su primer enfrentamiento, los cariocas y el resto de la
muchedumbre vivían en la somnolencia, ávidos por llegar a la última instancia,
delirando por agenciarse la gloria de una vez por todas, el pueblo amazónico
parecía no dilucidar ni discernir lo real de lo intangible, lo racional de lo
lógico... la misma gloria los había dirigido a una perdición en su afán de
palpar el oro macizo, sin saber que ellos no serían los conquistadores sino por
el contrario... los conquistados.
Un auténtico muro de
Berlín fue construido ante ellos y continuando la trama de la analogía, la
selección de Alemania se estructuró tal como si fuera una División Panzer,
concentrándose en una sola fuerza, golpeando y protegiéndose con una casamata
que impedía el avance carioca, asestando siete (sí, algo que nadie se
imaginaba) estacazos no sólo en los jugadores brasileños, sino en su afición,
en su pueblo y en el alma de todo un país.
El fantasma del Maracaná
volvió más vivo que nunca y arrebató la alegría, disipó la felicidad y demolió
las esperanzas de millones de personas que después del pitazo del árbitro,
despertó al país sudamericano de una quimera en la que muchos habían caído y de
la que pocos lograrán zafarse.
Sólo el triunfo cuenta y
no hay más. La más deseada, la más codiciada, la copa que le quitaba el sueño a
todo el mundo no será de Brasil.
Sin nada que decir, sin
objetar una cosa, Brasil se presentó con la cabeza en alto en el Estadio
Nacional de Brasilia para disputar el tercer lugar frente a unos holandeses que
para nada estaban desconsolados por volver a quedarse cerquita de conseguir su primer
galardón mundial.
Ante una bestia herida y
desahuciada; Van Persie, Blind y Wijnaldum, se convertirían en los verdugos de
Brasil, pues consiguieron salir del Mundial con la medalla de bronce, dando así
el tiro de gracia que fulminó y asesinó la ilusión y el sueño dorado de todo un
país.
Lo obvio es oír la
historia contada a través de los labios de sus protagonistas: “No podemos negar
que el final fue vergonzoso”; “Estamos medio perdidos”; “No merecíamos esta
suerte”; “Nadie esperaba esto.”
Nada de emoción, sólo una
ausencia de goles. Brasil tiene la obligación ahora de ingresar en una catarsis
social, cultural, política y ante todo, futbolera.
La vida para muchos
seguirá su curso. Las reflexiones girando en torno al fútbol serán las luces
que nos permitan contestar las preguntas de nuestro ser como aficionados de un
deporte exquisito, justo en ocasiones y devastador en otras, pero que de alguna
forma nos permite explotar y expulsar la monotonía de nuestras vidas y que por
lo menos en un mes cada cuatro años, hace que el mundo sea uno solo.
Porque el fútbol como la
vida, sólo acepta al vencedor.
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