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julio 13, 2014

Desculpe Pelé! Desculpe Brasil!



2007. El Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) designó a Brasil, como sede para albergar el Mundial de fútbol de 2014. Tras haberse retirado Colombia del concurso, se había quedado como único aspirante, por lo que la decisión fue tomada enseguida y en consecuencia el país sudamericano tendría el honor y privilegio de organizar la que sería su segunda cita mundialista. 

Oportunidad única para vengar y enterrar de una vez por todas a los demonios de 1950, donde la verdeamarela perdió la final ante Uruguay, dando origen así al legendario “Maracanazo”. 

Su designación se realizó en presencia del mandatario Luiz Inacio Lula da Silva, que junto a una importante delegación en la que se incluía a Orlando Silva, ministro del Deporte y a Ricardo Texeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, así como al seleccionador carioca Dunga y al mítico jugador Romario, quienes fueron artífices para conseguir el “sí” por parte del máximo órgano del fútbol mundial. 

Sin embargo, alguien faltaba dentro de esa representación, alguien que podría ser la bendición del triunfo o bien, la maldición del fracaso.

1,281 goles marcados en 1,363 partidos, récord mundial de todos los tiempos; la “Perla negra”, el regateador incansable, el pasador genial, el goleador increíble, el hombre que hizo soñar a muchos y que lo seguirá haciendo durante generaciones… Edson Arantes Do Nascimento, mejor conocido como “Pelé” es un nombre que resuena siempre, en todos los rincones y en el mundo donde la pelotita tiene que entrar por debajo de los tres palos. 

"Podía disparar con la izquierda, con la derecha, y tenía tal visión de juego que en cuanto se hacía con el balón ya sabía lo que iba a hacer con él. Era extraordinario"; comenta Paolo Amaral, director técnico de Brasil en la Copa Mundial de la FIFA 1958. 

Con todo lo anterior, “el Dios del fútbol” no estaba dentro de la encomienda para obtener la Sede del evento más grande del balompié mundial. 
 
Han pasado siete años. La fría reflexión se abre paso al acontecimiento deportivo, pues un grupo se opone a la realización de este evento, y es que el país está sumido en una profunda crisis social que ha llevado a cientos de miles de trabajadores brasileños a convocar manifestaciones, paros, protestas y huelgas que han tenido que ser sofocadas por agentes de la policía, usando como medios de dispersión gases lacrimógenos y balas de goma; protagonizando escenas que han dado la vuelta al mundo y que han dejado gravemente dañada la imagen del país organizador.

No obstante, también una ola de emociones incita a una importante aglomeración de países, deportistas y directivos, de periodistas y de aficionados, de conocedores del fútbol e incluso de los que no tienen el gusto por el mismo, para así dar comienzo a la fiesta que se aproxima.
Es jueves 12 de junio del año 2014, las miradas se han volcado sobre América del Sur para ser testigos del evento que podría marcar el rumbo de unos pocos y el desatino de muchos otros. 

La verdeamarela se presenta como el candidato ideal para obtener su sexto título dentro del certamen mundialista. Otras selecciones como España (la actual campeona), Alemania, Holanda, Francia, Uruguay y Argentina también se logran colar dentro de los pronósticos para suponer quién levantaría el preciado trofeo.

El pueblo brasileño fantasea una sola cosa: ganar el Mundial de fútbol; su mundial, con el único objetivo de consumar la victoria y lograr así arrancar de su memoria el trágico escenario de aquel 1950 donde Uruguay le arrebató el triunfo en su país, en su casa y en su estadio; sería la perfecta reivindicación.  

Sin embargo, tras su anhelado comienzo; los brasileños a pesar de haber conseguido su pase a los octavos de final, resultado derivado de dos victorias y un empate en su respectivo grupo, parecen estar sedados por el hambre y la sed que la gloria proporcionan, pues no advierten la tormenta que se avecina sobre ellos.

Chile y más adelante Colombia, fueron los responsables de anestesiar a los jugadores del conjunto amarillo, que a duras penas consiguieron el boleto a semifinal, pero que los dejó diezmados al ser suspendido el capitán Thiago Silva debido a una acumulación de tarjetas y tras lesionarse su gran figura Neymar, quién hasta ahora los había conducido por la senda de la victoria.

Desesperados, ansiosos, vehementes; sin reconocer los errores y defectos que su selección había estado mostrando desde su primer enfrentamiento, los cariocas y el resto de la muchedumbre vivían en la somnolencia, ávidos por llegar a la última instancia, delirando por agenciarse la gloria de una vez por todas, el pueblo amazónico parecía no dilucidar ni discernir lo real de lo intangible, lo racional de lo lógico... la misma gloria los había dirigido a una perdición en su afán de palpar el oro macizo, sin saber que ellos no serían los conquistadores sino por el contrario... los conquistados.  

Un auténtico muro de Berlín fue construido ante ellos y continuando la trama de la analogía, la selección de Alemania se estructuró tal como si fuera una División Panzer, concentrándose en una sola fuerza, golpeando y protegiéndose con una casamata que impedía el avance carioca, asestando siete (sí, algo que nadie se imaginaba) estacazos no sólo en los jugadores brasileños, sino en su afición, en su pueblo y en el alma de todo un país.

El fantasma del Maracaná volvió más vivo que nunca y arrebató la alegría, disipó la felicidad y demolió las esperanzas de millones de personas que después del pitazo del árbitro, despertó al país sudamericano de una quimera en la que muchos habían caído y de la que pocos lograrán zafarse.

Sólo el triunfo cuenta y no hay más. La más deseada, la más codiciada, la copa que le quitaba el sueño a todo el mundo no será de Brasil.

Sin nada que decir, sin objetar una cosa, Brasil se presentó con la cabeza en alto en el Estadio Nacional de Brasilia para disputar el tercer lugar frente a unos holandeses que para nada estaban desconsolados por volver a quedarse cerquita de conseguir su primer galardón mundial.

Ante una bestia herida y desahuciada; Van Persie, Blind y Wijnaldum, se convertirían en los verdugos de Brasil, pues consiguieron salir del Mundial con la medalla de bronce, dando así el tiro de gracia que fulminó y asesinó la ilusión y el sueño dorado de todo un país.

Lo obvio es oír la historia contada a través de los labios de sus protagonistas: “No podemos negar que el final fue vergonzoso”; “Estamos medio perdidos”; “No merecíamos esta suerte”; “Nadie esperaba esto.”

Nada de emoción, sólo una ausencia de goles. Brasil tiene la obligación ahora de ingresar en una catarsis social, cultural, política y ante todo, futbolera.

La vida para muchos seguirá su curso. Las reflexiones girando en torno al fútbol serán las luces que nos permitan contestar las preguntas de nuestro ser como aficionados de un deporte exquisito, justo en ocasiones y devastador en otras, pero que de alguna forma nos permite explotar y expulsar la monotonía de nuestras vidas y que por lo menos en un mes cada cuatro años, hace que el mundo sea uno solo.

Porque el fútbol como la vida, sólo acepta al vencedor. 


junio 11, 2014

Como México...no hay dos



“Los países ricos tienen pocas […fiestas…]: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al week end y al cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.” 

La imagen mental que autores como Octavio Paz pinta en su grandísima obra “El Laberinto de la soledad” nos refiere que nuestra especie, el mexicano y su forma de ser lo lleva a explotar en múltiples formas ante un evento directa o indirectamente relativo a él. Las constantes convulsiones que la sociedad y la situación actual le producen, han amoldado su modus vivendi, tanto que le han llevado a adoptar simbolismos para contrarrestar los momentos más amargos de su desarrollo político, cultural, social, económico y hasta sentimental.

La vida y sus complicaciones, han llevado al mexicano a buscar deleites y placeres ante los cuales no puede obtener fácilmente y que a veces la sociedad se los niega. En absoluto, uno de ellos consiste en el simple hecho de mirar un encuentro de fútbol ya sea en televisión o asistiendo al estadio para aquellos que tengan la posibilidad de hacerlo.

Por tanto, el mexicano es ajeno al juego sociopolítico que se lleva a cabo en su entorno, sin embargo aprecia como ningún otro los hechos vigentes, lo que al final le permitirá vaciar los problemas y los obstáculos que la vida le presenta y darse el exquisito lujo de hacerle frente a ello, con el sólo hecho de gritar y desbordar su alegría, su enojo, su frustración…cuando su equipo marca un gol en la portería ajena; sin importar si es campeón o no, el mexicano aspira a crear una fiesta en la que puedan asistir tanto él mismo como anfitrión y el resto de las células sociales con las que respira.

Y en ese tenor de ideas, al mexicano poco le importa si hay o no privatización de su petróleo, o si la educación tendrá alguna mejora, o si la guerra contra el narcotráfico está funcionando o al contrario sigue devastando su país. Lo que enardece al mexicano es ver anotar un gol de su equipo, de su selección, lo que le llena de orgullo es poder ir a otro país y sin importar la diferencia numérica gritarle ¡Puuutoooooooo!, y otras consignas al rival odiado. Porque el fútbol con todos sus actores, tiene ese efecto en nosotros, haciendo que olvidemos todos los problemas que confluyen en nuestro vivir, el fútbol nos hace no pensar durante un lapso de noventa minutos, produciendo la sensación y otorgándonos la oportunidad de aceptar la vida con las cosas que traiga consigo.

Queda claro que como México y como mexicanos no habremos dos. ¿Qué pasa con lo demás? Eso ya no me corresponde a mí, eso es tarea de cada protagonista o cada historiador, cada uno de ellos condimentará a gusto las opiniones aquí vertidas.

Pan y circo, el perfecto distractor. Todo depende de la perspectiva con qué se miré. Claro que necesitamos despertar de nuestro letargo social, pero no culpemos a un deporte como lo es el fútbol que a pesar de darnos más derrotas que victorias, también nos ha proporcionado ese deleite y esa valía, esa audacia y ese gusto con la cual desemboca nuestra pasión y nos hace imitar aunque sea por unos instantes a los jugadores, ya sea de nuestra patriecita o de la ajena, porque al final del día, quien gane o quien pierda, lo habrá hecho tras jugar verdadero fútbol.
 
Y tomando de nuevo las palabras del gran premio Nobel de Literatura, la fiesta que el mexicano crea, la edifica no para divertirse, pues su deseo es sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica…y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. El mexicano festeja por todo, incluso hasta por un Mundial que no tenga su sede en nuestro territorio, pero que sin embargo su brillo lo alcanza, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin esos festejos…simplemente…estallaríamos.