¿Soberbia, falta de humildad, exceso de confianza, sentimientos
de superioridad? ¿Qué es lo que ha llevado a nuestra Selección Mexicana de
Fútbol al escenario que hoy enfrenta? Francamente estas preguntas ya las había
formulado en crónicas atrás; sin embargo, creí que con el transcurso del tiempo
las cosas iban a mejorar aunque sea un poco. Desafortunadamente no fue así. La
Selección Mexicana se resignó a jugar mal y a ganar como sea. Pero incluso así
la victoria solo fue una y aunque se dio gracias a un espectacular gol de “chilena”
por parte de Raúl Alonso Jiménez, el desempeño se vio igual o peor, debido a
que ni en casa podemos mostrar un verdadero espectáculo para los miles de
aficionados que se dieron cita para apoyar al Tricolor.
Pero sigue latente la misma pregunta que nos aqueja
cuál dolor de muela: ¿por qué? La respuesta implica hacer un análisis a los
diversos factores físicos, psicológicos y emocionales que llevaron al Tri al
lugar en donde hoy se encuentra. Hago mención al equipo, porque tenemos que
recordar que aquí no tiene la culpa un jugador sino todo el conjunto, asimismo
cae en responsabilidad la directiva técnica de la Selección, la Federación
Mexicana de Fútbol y por último, la propia afición.
La gravedad en cuanto a quién es más culpable; esa la
dejó a la historia que se encargará de juzgar a los culpables de uno de los problemas
más grandes en que se ha metido el fútbol nacional.
Sin embargo, ahora haré un análisis diferente al de
otras lecturas. Para ello quiero citar un comentario que escuché en televisión,
en un programa de deportes (especializado, y no como aquellos que se encargan
de alabar e inflar a jugadores de manera negativa) en el que uno de los
panelistas mencionó lo siguiente:
“El fútbol es
el reflejo exacto de la situación que se vive en tu país”.
Marchas constantes en las que el concepto de derecho
se ha visto transgredido por la falta de coordinación y organización por parte
de los grupos en desacuerdo a leyes que han sido creadas para establecer un
cambio en el sistema educativo mexicano; un aumento desmedido en los impuestos
que ahoga y asfixia a los que menos tienen y enriquece a los que tienen más; una
reforma energética que ha causado dudas sobre su forma de operar y administrar
el recurso más valioso que tenemos; una desigualdad arraigada en nuestras vidas
y que ha ocasionado un individualismo cada vez mayor; parece terrible o incluso
es semejante a un filme de terror, pero esa es la realidad actual de nuestro
país.
Por todo lo anterior creo que si el país se ve
lesionado en la mayoría de sus ámbitos de desarrollo, en consecuencia lo estará
el deporte nacional. Lo negativo de estos factores es la gravedad de las
circunstancias en las que estamos viviendo, las cuales influyen de manera
directa o indirecta en nuestras vidas. Eso
marca el ritmo de cada aspecto que queremos desarrollar en nuestro país.
El impacto de ver a nuestra Selección depender de
otros para clasificar (a repechaje, que es más vergonzoso), de ver cómo llegan
con posibilidades de ir al Mundial de 2014 sin méritos o con pocos y contados
esfuerzos, de ser testigos de que no se ve una furia o un poder de reacción que
los saque del bache en el que se han metido; hace que los ciudadanos y la
población en general no aspiren a ser autores de cambio en el estilo de juego sociopolítico
de nuestro país, aceptando lo vigente que es, al final de todo lo que permite
ingresar en la verdadera esencia del buen vivir, y así en entrar en la
inaceptable complicidad de no ser partícipes para poder cambiar al mundo.
Esa es la razón a la cual debemos aspirar cada uno de
nosotros. Eso engloba el fin de todo esfuerzo que hagamos dentro de nuestra
sociedad.
El fútbol es el perfecto distractor de nuestra
verdadera realidad. Muchos dicen que es el “pan y circo” que el Gobierno ofrece
para alejar nuestra vista de los temas que importan y que son esenciales para
el crecimiento. En mi opinión, difiero de esos comentarios. Creo que el fútbol
te distrae de la realidad pero lo hace de una manera temporal y no total. Es tarea
de cada uno buscar un equilibrio en todos los aspectos que rodean nuestras
vidas. Podemos ser partícipes de tan hermoso y sublime espectáculo protagonizado
por esos once jugadores sin perder de vista nuestros deberes y obligaciones
como ciudadanos.
Además, cuando se juega con pasión y corazón, cuando
se hace con entusiasmo y sin perder de vista que es un juego y que lo
importante es divertirse (cosa que hoy en día se ha perdido, viéndose ahora
como un medio de producción más), no importa el marcador que se obtenga, lo
importante es saber que dimos lo que teníamos que dar e incluso un poco más,
que no nos resignamos y que luchamos hasta el final; eso hará que el reflejo en
la sociedad en la que vivimos mejore por lo menos un poquito.
Esto se encierra en una relación simbiótica, en la
que por un lado está la afición (la verdadera, la que se queda hasta las
últimas consecuencias, la de “hueso colorado”) y en el otro lado, su equipo; el
cuál debe de mostrar el mejor esfuerzo puesto que debe de aprender que su
desarrollo, su triunfo o su derrota se vive en relación a la fuerza del
aplauso.
Es momento de que los actores de este espectáculo despierten
de ese sueño criogénico en el que se han quedado estáticos. No con esto quiero
decir que los próximos dos partidos de repechaje vayan a lograr un cambio
enorme, pero si por lo menos que mejoré la imagen que han adoptado en los
últimos meses. Deben de tomar verdadera consciencia de que no son ellos
solamente los que sufren o festejan, detrás de ellos está el alma, la alegría o
bien, el dolor de cada mexicano que ha confiado parte de sus sueños de ver a su
Selección representarlos en la gran fiesta del fútbol.
Ayer villanos, ojalá mañana héroes.
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